Realmente
nunca llegué a creer firmemente que podría siquiera optar a recibir una beca
para estudiar en Japón, a pesar de que soñaba con ello, y, sin embargo, aquí
estoy, escribiendo un blog que tratará sobre mis andanzas en las tierras
niponas.
Pero
supongo que primero debería presentarme. Soy una chica sevillana, alumna de la
primera promoción del Grado en Estudios de Asia Oriental en la Universidad de
Sevilla. Comencé el grado cursando la doble mención, es decir, la mención de
Japón y la de China, lo cual significaba hacer dos asignaturas de idiomas más
de las correspondientes al primer curso. Jamás había estudiado chino o japonés
antes de entrar a la facultad, a excepción de algunas cosillas de forma
autodidacta y por diversión, pero aún así dije “¿por qué no?”. No contenta con
eso, durante mi segundo año en la universidad nos llegó una oferta muy
suculenta de una academia de idiomas en Sevilla que comenzaría a dar coreano. Y
una vez más dije, “¿por qué no?”. Así fue como me encontré a mí misma inmersa
dentro de una carrera y estudiando tres idiomas a la vez. De locos.
A
pesar de todo eso, cuando aún estaba en el instituto mis intenciones no eran
cursar nada relacionado con Asia Oriental, a lo sumo estudiar japonés porque me
gustan mucho los idiomas, pero no pensaba que fuese a terminar como lo he
hecho, principalmente porque en Andalucía no existía nada parecido. Cuando
tenía trece años decidí que quería estudiar psicología y me mantuve firme en mi
decisión hasta que comencé primero de bachillerato, año en el cual me
informaron de ciertos cambios hechos en la universidad que me impedían acceder
a psicología desde un bachillerato de humanidades. Fue un duro golpe, pero no
me rendí, busqué otras formas de acceder e incluso llegué a plantearme el
examinarme en selectividad de asignaturas correspondientes al bachillerato de
ciencias de la salud. Pero fui realista y comencé a buscar también otras
opciones. Me informé sobre grados relacionados con Asia Oriental que se
impartían en Madrid y Barcelona, pero todo eso quedaba muy fuera de mi alcance.
Sin embargo, el año siguiente me llegó información acerca de un grado nuevo que
se quería implementar en conjunto con la Universidad de Sevilla y la
Universidad de Málaga, el Grado en Estudios de Asia Oriental. Aún no podía
creérmelo, y no llegaba mucha información sobre él, pero aún así me aferré a
esa posibilidad.
Finalmente
llegaron los exámenes finales y yo no pude presentarme a selectividad en junio.
Las noticias sobre el nuevo grado cada vez eran más frecuentes y se rumoreaba
que las plazas se habían llenado tan sólo en la primera convocatoria.
Nuevamente pensé que me iba a quedar sin estudiar lo que había decidido que
quería hacer. A pesar de todo me preparé selectividad y me presenté en septiembre.
Cual fue mi sorpresa al enterarme de que, debido a la demanda de gente
queriendo acceder al grado, habían abierto otras diez plazas más. Al final, y
casi sin creérmelo, conseguí entrar en la universidad, y en la carrera que yo
deseaba.
En
aquel entonces pensaba que lo más difícil ya estaba hecho, pero, ah, ¡cómo me
equivoqué! Ser alumna de la primera promoción no es algo tan fantástico como yo
creía… Claro que eso, quizás, lo cuente en otra ocasión, o en otro blog.
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